domingo, 4 de noviembre de 2007

Los maestros de la luz

(Agustí Centelles)

Ya no funciona nada, el tranvía nos ha dejado. Olvidados y la plaza esta llena de gente que se saluda. Las armas es lo único que nos recuerda estar vivos, pero hoy no están en alto. Mi madre tiene hambre mi familia esta destrozada y todos desconfiamos de nuestros vecinos. Hoy es una tarde soleada. Una tarde de verano en la que solíamos pasear los dos de la mano hasta llegar el anochecer. Pero hubo una tarde distinta a todas las demás estaba asustada, tenía miedo. En un tiempo como este y en el mismo lugar sólo pude besar lo único que quedaba de mi otro yo. Fueron tantos meses de espera.

Y ahora esta aquí, no importa lo que alrededor este sucediendo, ya no me importan los comentarios que mañana harán de mi rutina la más osada e impura. Sólo quiero besarle, sólo quiero unir mi esencia a la suya y sin pensar en el momento. Puedo volver a observar y a disfrutar de su sonrisa y de su boca. Aunque su mirada inocente se habrá enturbiado con la más fría humanidad. ¡O Dios mío¡ allí habrá visto el horror de los humanos, el sufrimiento y la cobardía; la traición. Una guerra entre hermanos. Pero ahora no importa esta a mi lado y no puedo separarme de el. Está tan atractivo ataviado con su equipamiento del ejército. El ha luchado por nosotros y sus compañeros también. Han llegado a la plaza donde le esperaba con las banderas en alto y vitoreando. Y la victoria sabe mejor cuando estoy de nuevo entre sus brazos. Detrás de nosotros un hombre vuelve a mirar Barcelona, pero con otra mirada. Una mirada que demuestra el sufrimiento que han pasado. Y es que Barcelona tampoco ha cambiado. La gente, los edificios, todo sigue igual. Para nosotros es como si nada hubiese pasado, pero para ellos, todavía siguen oliendo el olor a dinamita.

La gente esta contenta por ver de nuevo a su familiares y amigos. Yo estoy contenta el, está aquí.

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