lunes, 9 de abril de 2007

Por Paula final

Quedé estupefacta. El amor de mi vida con marcha rápida daba seguidos pasos hacia el final de la orilla y sin mirar al suelo. Y yo, frente a la roca gris, no pude ni siquiera reaccionar con una lágrima; pues no entendía lo que sucedía. Mateo y aquella mujer desaparecieron del acantilado del plenilunio y una misma seguía en el mismo lugar y en la misma posición. Entonces recordé parte de las palabras de aquel anciano… “sin prisas”. Cerrando la boca; los ojos y respirando profundamente, hundí mi primer pie en la arena y justo delante de la primera huella de Mateo. Sin prisas, quise resolver la situación no dejando escapar lo que más quería y siguiendo su camino. Les había perdido, pero yo tenía el mapa de las pisadas de sus elegantes zapatos marrones.

Termine de cruzar la playa como ellos y me adentré en el principio del bosque de la esperanza, las pisadas ligeramente iban borrándose y entremezclándose con los bastos hierbajos propios del nacimiento de la flora de interior. Mi estado de ánimo viajaba en dirección opuesta al significado del nombre del lugar por el que corría. Cada vez que mi pecho lo daba por perdido, mis piernas aceleraban su movimiento lineal y directo. En verdad desconocía el paradero, pero dicen que las mujeres tenemos un sexto sentido y era mi corazón el motor de mis acciones. La razón, anulada cual cazador a galope y tras su presa; más mi inquietud paseaba gélidamente por entre el calor de mis venas haciendo hielo mis manos y mis labios también. No me había dado cuenta de que mi carrera duraba ya más de una hora y que el morado astro gigante se multiplicó en dispersos millares que lucían en un negro escenario. Caí al suelo rendida y la consecuente lágrima de impotencia tropezó en el forraje de las entrañas de la esperanza. Miré al cielo y cuando bajé la mirada allí estaba de pie la mujer que me había robado a Mateo. Mi esencia se manejaba a través de la desconfianza, la perplejidad y la ira amalgamadas; para luego repartirlas entre el cerrar de mi mandíbula y mis dos pequeños ojos fijos clavados en los suyos. La mujer se dio la vuelta y se dispuso a caminar. No pude atajar su camino con el fin de conseguir la explicación que me debía y sin pensarlo fui esclava también de sus precipitados pasos. A lo lejos se escuchaban los doce repiques de las campanas de los dos relojes de la plaza nueva, y todavía no disfrutaba de la presencia de Mateo. La mujer misteriosa se paró entonces a los pies de un pozo de piedra, del cual desconocía su existencia y bajó su cabeza hacia el interior. Yo hice lo mismo y el cristalino agua se convirtió en historias, cuyo protagonista era mi amado. Entonces el bosque empezó a burlarse de mi disfrazándose de grises eléctricos. No sabía que hacer. O atendía a la historia o atendía al cambio que se estaba sucediendo en mis alrededores. Me decanté por despreciar los extraños caprichos de la naturaleza y me concentré en comprender lo que el libro de piedra me describía mediante imágenes borrosas. Mateo parecía encantado con la nueva vida que tenía y yo impotente daba manotazos al fluido revelador. Y no me mojaba. Una lágrima volvió a brotar de mi alma y las imágenes se sucedieron con más velocidad. Vi que Mateo paseaba ahora con la misma mujer que me llevó hasta la fuente y que sin percatarme había desaparecido. Y esta vez, con más lágrimas en mis ojos, lo di por perdido. Entonces, la fuente mostraba otra historia. La mujer de la que os habló estaba en manos de un hombre distinto a Mateo y en una situación bastante diferente, pues sujetaba su largo cuello el filo de una navaja cuya hoja media unos 9 centímetros. El portador del arma blanca hizo uso de sus crueles maneras y apartando la vista del agua pude ver la cicatriz del profundo corte de su cuello. Era ella, había vuelto para señalar con el dedo el final de la historia. Mateo presenció el momento de su muerte y postrado casi tocaba el suelo con su frente. Cogió a mi enemiga en brazos y la llevo al lugar en donde nos encontrábamos.

Mi esencia cambió, ahora era la pena la que rondaba mi vientre y esófago; más cabizbaja pude observar un grabado en el material pedregoso de la revelación. “Mateo y Paula por siempre.” Entonces fue que era Paula la que lloraba. Mateo nunca me contó aquella historia y la prometida de mi amado, con una sonrisa, dejó caer entre mis manos el utensilio con el que perdió la vida. Lo agarré fuerte con una mano y me dispuse a grabar lo siguiente: “Mateo y Cecilia: Por Paula.” El pozo volvió con sus imágenes, esta vez era nuestro amado el que estaba en apuros con la misma persona; y Paula que ya lo sabía, siguió el sendero esta vez atropelladamente. La seguí definitivamente confiada mientras el gris eléctrico iba apagándose hacia una noche más cerrada. La realidad aplastaba mi estado de ánimo y la impotencia que renacía en mi era de otra índole. Cruzamos el bosque de la esperanza entero y a lo lejos pude ver la misma escena que dejé en lugar anterior, como si me hubiese estado esperando el tiempo a que llegar y mediara una solución. Mi cuerpo se paró y mis sentimientos con el. Y mi boca otra vez abierta acompañaba a mis ojos. No podía reaccionar, la misma historia pero cambiada y era yo la que tenía la llave para voltear ese mismo final. En ese justo momento me acordé de las últimas palabras del viejo… “con sonrisas” pues una de ellas se esbozó en mi rostro mientras gritaba “Mateo y Cecilia: por Paula”. Milagrosa y fantasmagóricamente el individuo del puñal desapareció y al mismo tiempo Paula, Mateo corrió a mis brazos y sin alinear mi flequillo me estrechó hacia su corazón durante unos segundos, me agarró fuertemente del brazo y tiró de mi un buen rato hasta que llegamos al pozo. Allí estaba esperándonos el viejo de profunda voz. Y empezó a describirnos la historia.

Pues resultó que siendo Paula joven conjuró el amor que se profesaban al pozo en el cual estaba sentado el anciano; el de la eternidad. Grabó con un puñal sus nombres junto al deseo de lo eterno. Y fue que la misma eternidad los separó para siempre y con el mismo puñal que Paula utilizó. Diez años más tarde y en esa misma noche quiso llevarse el otro lado del amor, pero Mateo estaba enamorado de mi y yo era la que debía salvar la situación. Gracias a la sonrisa de Paula grabé nuestros nombres con el mismo arma; y al lado del suyo. Y así fue que el maleficio volvió a caer en la misma persona y salvó nuestro amor. Por Paula.

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