miércoles, 25 de abril de 2007

Un hombre de banco

Estaba yo sentada en el parque y escribiendo en mi diario, cuando en frente vi a un barbudo hombre, que meditaba risueño en un banco. El también escribía y sentado. En silencio y empapado con el humo de su tabaco, feliz soñaba y feliz reía; perecía ser morada de un mendigo entusiasmado. Entusiasmado con la vida misma y agrietada su piel por los triunfos y fracasos. De negra tez por los rayos del día y ojos vivos por el brillo nocturno de algún astro.

Sentada observaba el sabor de su tinta y atestiguaban el morir de sus párrafos, pues acompañado de saberes parecía, de los más teóricos hasta los más prácticos

Cuando el reloj asomaba el tiempo de mi marcha, pude ver a lo lejos su cuerpo recostado. Abrazado a su botella creo que soñaba, con , y en algún tiempo dorado.

Al día siguiente contemplé semejante escena, con el mismo anciano hombre de agradable encanto. Pero esta vez no marché sin respuesta y pude rebuscar entre su pasado. Parece que fue dueño de otro tipo de banco más arruinado eligió diferente modo de vida; pero aprendió de sus años bienvividos y de entre banco y banco no encontró respuesta distinta. El ser feliz consiste en lo sencillamente básico: Amor, salud y alegría; paciencia, humildad y osadía; letras, tinta y papel en blanco.

Y tengo conciencia de que en los siguientes amaneceres, dejó sereno su presente banco. Y dormirá hoy en otra vida y distinta. En fin, deseo su fin soñado.

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